jueves, 16 de abril de 2009

Homenaje de Rudemar Blanco al atleta fallecido durante la carrera de Pando 2009

Cuando estaba a unos pocos metros pude ver que intentaban reanimarlo. Pude además apreciar que ya era en vano el esfuerzo. Sin embargo encendí una esperanza que sirviera para engañar el sentimiento de solidaridad y dolor.
Bajo el rigor de la temperatura y el tórrido sol del mediodía, faltando unos dos kilómetros para la meta, uno de nosotros quedaba por el camino. No he podido borrar de mi cerebro la imagen de la realidad inevitable de su cuerpo atlético ya sin vida.
Que el relato que terminé de escribí hace cinco años y transcribo a continuación sea en su honor, un homenaje modesto, un pequeño trofeo a su decisión de alcanzar la meta con el máximo esfuerzo.
Que sea un recuerdo también para aquellos que han dejado su vida corriendo las calles del país detrás de una ilusión.
Por otra parte debe servir de ejemplo para poner a nuestro organismo en límites razonables tanto en el entrenamiento como en las competencias.
Fue un día triste para nosotros, su familia y sus amigos.

Pando.
Marzo 28 del 2009

El DESAFÍO

La luna camina con nosotros siempre cálida, pura, cercana, imprescindible, hechicera, iluminando nuestros pasos con su luz plateada nocturna.

La noche es irrenunciable y lentamente nos demoramos en busca nuestras casas.

Sin luz artificial, con sólo algunas casitas modestas aisladas y el campo a la vista. En el silencio, es realmente la noche nuestra, es la noche del
pueblo, te
dan ganas de quedarte allí la eternidad.

¿Qué te pareció lo del Estadio?- me preguntó Numa con el rostro encendido por la emoción del espectáculo vivido.

Me metí dentro de mí para analizar la situación desarrollada en la cancha y le dije:

-La verdad que no tengo nada claro, fue una cosa tan distinta.


Caminó mirando el piso, seguramente esperaba alguna reflexión más interesante de mi parte.

Avanzamos lentamente por el río dorado de la calle con luna casi llena, hasta que ya cerca de mi casa se quebró el cristal del silencio nocturno. - La verdad que valió la pena haber ido. ¿No?

Sin violar la magia de sentir únicamente la silente melodía de la naturaleza, con el marco de la mancha lechosa de estrellas que atravesaba el cielo, proseguí hasta mi casa meditando acerca del espectáculo que habíamos presenciado.

Nadie pudo haberse olvidado de aquel drama, el hombre tenía como cuarenta años, seguramente el caballo si fuera un hombre podría tener su
misma edad, así me parecía.

No era un caballo joven. ¿Cuánto tiempo podría estar aquel caballo corriendo sin detenerse desafiando su capacidad legendaria de caballo criollo?

Al caballo cuando llegó al Estadio se le podía ver descansado y bien alimentado.

El corredor se veía como un jugador de fútbol antes de salir a la cancha, estaba como expectante encerrado en su interior.

Estuve con mi tío cerca de él, seguramente no me registró, estaba atado
todavía al cordel de la confianza pero totalmente sumergido en la incertidumbre que toda prueba física implica al inicio.

Caballo y hombre aparecen como en una película en mi memoria, ambos trotando, ambos del mismo color marrón claro, paso tras paso uno junto al otro, como atados durante horas y horas por un destino común.

Ninguno quería ni podía rendirse, uno estaba construido para resistir, el
otro para vencer los desafíos, se sustentaban en las condiciones demostradas por milenios.

Realmente me costaba asumir que aquel hombre pudiera agotar al caballo en condiciones normales. Siempre creí en la obvia superioridad del hombre sobre los animales, cuando mediante sus conocimientos y asistido por herramientas logra imponer esa diferencia.

Sin embargo ahora se trataba de vencerlo en su condición más destacable, condición que incluso mediante selección genética el hombre ha acrecentado en esta clase de caballos criollos.

La duda, el factor que me produjo mayor inseguridad al pronosticar un resultado fue:
¿Por qué aquel corredor lanzó el desafío de trotar hasta llevar al equino a la extenuación?

En la pista de carrera muchas veces escuché acerca del uso de drogas para influir sobre los caballos, para así torcer los resultados, restando o aumentando sus recursos físicos.

¿Qué riesgo hay que el caballo ingrese ya cansado o disminuido en sus respuestas al esfuerzo mediante alguna sustancia?

Si así fuera ello sería una frustración. ¿Para que quitarle a los juegos que emocionan la transparencia de su acontecer sin interferencia?
¿Será éste un comportamiento condicionado por la rutina de modificar las cosas para servirnos de ellas?

En este caso la información aportada aseguraba que ambos estaban en condiciones inmejorables, pues la única apuesta era entre el dueño del caballo y el corredor.

El corredor se parecía a un esquimal por su piel marrón grisáceo, pelo negro y
lacio, he visto muchos
otros hombres así descendientes de indígenas.

Algunos de sus rasgos denotaban la presencia de sangre europea, la cual no había logrado modificar lo esencial de su origen genuinamente americano.

El caballo carga en su lomo un muchacho de piernas largas, pálidas, con un viejo pantalón que termina entre la rodilla y el tobillo, lleva una camisa
azul desprendida para refrescar su pecho con el aire del atardecer veraniego, alpargatas y gorro de jockey quizás para definir el único rol que
pueda darle algún protagonismo en una prueba donde es actor de reparto.

Los protagonistas son indiscutiblemente el caballo y el hombre que trota a su lado.

Una costumbre de los indígenas del norte de América era que para lograr un lugar entre los adultos los jóvenes debían realizar pruebas de legitimación, asociadas con la persecución y captura de un caballo salvaje.

Implicaba el desafío milenario de vencerlos en su condición natural,
superándolos luego de resistir ambos horas de esfuerzo titánico
para intentar la captura o rehuir a ella.

El joven recibía de sus mayores un freno de cuero de bisonte con el que había de perseguirlo, previamente debía seleccionarlo de la manada. Por fin con él ya capturado juntos cabalgarían por muchas lunas.

La contradicción mayor a resolver por el joven consistía en que el caballo debía contribuir a su éxito en las labores cotidianas y en la guerra, entonces para ello debía elegir en lo posible el más apto de la manada en
resistencia y velocidad.

Por días aquel joven dejaba su tribu, caminaba y corría tras su objetivo hasta obtener su presa, para ello no sólo debía recurrir a su ingenio sino básicamente a sus condiciones naturales para trasladarse detrás de aquella manada por días y noches a través de las desoladas praderas.

Estos hechos hicieron que en mi memoria, como corcel desbocado, atropellaran desordenadamente imágenes que impactaron mi espíritu de
niño.

Así fue que rememoré las escenas descritas, ocurridas en el Estadio de fútbol de mi pueblo en aquel caliente atardecer de verano.

Además de los bailes, tómbolas, sorteos y presentaciones que mi tío Daniel
realizó para pagar los gastos de trasformación de la vieja cancha de fútbol en un pequeño estadio, figuró el desafío de aquel hombre de vencer en la marcha a un caballo.

El dueño del caballo tomaba una apuesta con el corredor, quien además llevaba un porcentaje en las entradas al Estadio.

Los afiches en los principales comercios hicieron que la noticia del evento se corriera de boca en boca, nadie creía que un hombre pudiera agotar a un caballo, así el Estadio ese día se vio rebosante de espectadores.

Los protagonistas se pararon frente a la tribuna enteros, llenos de energía;
como en un pedestal hombre y caballo se elevaban sobre el resto de los
presentes.

Hombre y caballo comunicaban la sensación de invencibles, el silencio del público desnudaba las expectativas de los concurrentes ante lo insólito del
espectáculo.

Como una escuadra de aviones un grupo de cisnes de cuello negro volaron al Este sobre el Estadio empujados por el fuerte viento que sumaba un nuevo factor a las especulaciones sobre el desafío.

La tarde comenzaba a hundirse con el sol en el horizonte cuando se dio la orden de largada, así comenzaron a recorrer la primera vuelta sobre el verde y suave césped del campo de juego.

El inicio me lenó de emoción y expectativas, se desplazaban tan seguros que era difícil predecir el resultado.

Lentamente la repetición de situaciones atenuó la expectativa del público.

En la primera hora de recorrido se veía a los competidores calmos y muy seguros en su rítmico andar.

Cuando ya llevarían unos quince kilómetros recorridos y pasada más
de una hora de girar por el borde de la cancha aprecié al hombre algo
cansado, el caballo continuaba aún fresco respirando con regularidad.

Uno corría indiferente como cumpliendo con una rutina incorporada a su
código genético, el otro detrás del premio y del éxito.

Sentí que se iba a cumplir mi vaticinio de que no era posible el éxito del corredor, sin embargo mi opinión carecía de fundamentos para sustentarla, más que una afirmación era también una interrogante ¿cómo un hombre puede agotar un caballo?

A las nueve de la noche una señora molesta dijo:

- Hasta cuando van ha estar estos dos corriendo, pensé que era más corto el espectáculo. - me molestó su reflexión tan lejana a la mía que estaba ya atado solidariamente con ambos, no quería que ninguno cediera, el corredor había ganado mi voluntad luego de dos renunciamientos vinculados con su digestión.

Cuando pasó frente al palco apenas unos metros de mí lo advertí sosteniéndose el abdomen como experimentando el dolor provocado por un malestar.

Luego de tres vueltas más a la cancha pude percibir como continuando su paso vomitó perdiendo por momentos el ritmo, distanciándose unos diez
metros del caballo.

La noche con luna estaba fresca y vestida con el manto blanco de la
Vía Láctea
, el viento ya dormía, la flamante iluminación permitía ver con nitidez cada detalle del acontecimiento. Un espacio de respeto mutuo se había tendido entre los competidores.

La tribuna era un muestrario de respuestas a lo que ocurría en el césped, el
que poco a poco iba quedando marcado por el reiterado transitar de los
protagonistas.

Algunos indiferentes, unos esperando que el osado corredor se rindiera, otros lo alentaban cuando pasaba frente a la tribuna con paso seguro luego de haber vaciado el estómago.

Un niño lloró y la madre que no había asumido lo que estaba pasando en el
césped lo tomó en brazos y enfiló para la salida. Algunos pequeños se arrimaron a la pista e inmediatamente fueron retirados por los policías que custodiaban el escenario.

Un exaltado se acercó a la línea de cal y vociferaba alentando al corredor.

Cuándo el corredor pidió agua y una rodillera que se colocó prestamente en la marcha, un espectador anunció con su comentario: - ¡Han pasado
casi tres horas que estos andan y andan sin cesar, debieran darle un premio a los dos!

-¿Está acordado algún limite de tiempo? -
pregunté a mi tío haciéndome definitivamente solidario con los actores.

-No, es hasta que uno se rinda.

-¿Cómo hace el caballo para rendirse?

- Lo hace por agotamiento, se detiene o se cae supongo yo.

El caballo seguía su ritmo automatizado de paso seguro a pesar que ahora daba la impresión que se desplazaba más lentamente.

Ambos estaban cubiertos de sudor y parecían más delgados, como si la
carrera les hubiera robado parte de su cuerpo.

La molestia en la pierna del corredor era notoria que persistía, sin embargo sus energías no parecían estar agotadas.

El tiempo implacable sumaba sobre sus cuerpos vueltas y vueltas, kilómetros y kilómetros, el cerebro había dejado de pensar, ¿para qué hacerlo si solo se trataba de seguir la huella marcada en el pasto y resguardar cada partícula de nutriente para continuar girando y girando
sin detenerse jamás?

Por un momento mi mente de niño creó la utopía de ver a aquel hombre
detenerse junto con el caballo, no proporcionándole a nadie el placer de
que uno de ellos resultara vencido.

Como autómatas continuaban moviendo las extremidades, el jinete parecía parte del animal relajado en las grupas, su rostro indiferente auguraba que el final todavía no había llegado.

Las once de la noche y los agotados contendientes no cedían, cuatro horas de lucha implacable por prevalecer se hacían siglos, era la eterna lucha por la vida condensada en una rigurosa demostración de orgullo y resistencia.

Los observaba pasar en cada giro letárgico, comunicaban la sensación de
muñecos de cuerda repitiendo sus pasos automatizados.

Sus cerebros sin funcionar, reflejados en el rostro, nos inducían al sueño que intensificaba el interminable rítmico movimiento de las piernas y el
girar de calesita alrededor de la cancha.

Toda la fuerza puesta en resistir, la convicción de que estaban fuera del espacio y el tiempo, bien podían ser el último caballo y hombre aspirando a imponer su propia especie. Entrelazados en la lucha por vencer a cualquier precio para sobrevivir.

En un asiento posterior al mío el “Bagre” había estado consumiendo cerveza desde que se inició la competencia, era su condición más saliente junto con la de molestar a las mujeres siempre que estaba ebrio.

De pronto se levantó y al grito de: - ¡Hay que pararlos, hay que pararlos! -avanzó hasta la pista, un policía lo retuvo del brazo cuando ya pasaba la línea de cal de la cancha haciéndolo caer fácilmente. Se levantó tambaleante e intentó ponerse en el camino de los competidores, estos salieron por un momento de la rutina, tomando contacto conciente con el entorno sin detener la marcha.

Caballo y hombre al ver el incidente volvieron a la realidad, perdieron la magia de la concentración.

Poco más adelante, cerca de uno de los arcos, el caballo enredó sus manos y cayó al piso, sin embargo ya sin jinete se levantó para continuar su trote cuando sintió de nuevo el peso en sus grupas.

Pareció detenerse pero lentamente retomó su paso regular estimulado por el jinete.

Las últimas diez vueltas predecían un inminente final, tanto es así que me asaltó la convicción de que el fin sería como yo lo deseaba.

Luego del incidente con el “Bagre” ambos contendientes habían perdido
la concentración, y sus cerebros percibían sus cuerpos molidos ya
sin restos de energía.

Pasaban como dos ombras frente al público que vislumbraba el final, alentando a uno y a otro, luego de casi cinco horas de esfuerzo sostenido los músculos ya no les respondían.

Eran dos marionetas movidas por el viento cuando el equino tropezó en algo, seguramente un pequeño desnivel, cayendo lentamente como una bolsa de arpillera llena de palos que hubiera estado colgada allí sosteniéndose de quien sabe que hilo invisible.

El corredor que avanzaba pegado al equino no advirtió el incidente, tropezó con una de las patas del caballo trastabillando hasta caer boca abajo como muerto.
Hizo un intento de levantarse, finalmente su cuerpo se relajó quedando
inerte como una alfombra en el surco labrado en el terreno con su abnegación y la del caballo.

Las exclamaciones llenaron la noche, nadie se movió de sus asientos, la
espera pareció sumergirnos en un profundo tiempo inmedible con los
parámetros normales.

Todo se suspendió en un silencio gélido que no pude percibir cuanto duró, la expectativa se colmó cuando vi a Daniel dirigirse con el dueño del caballo y dos policías para el lugar del incidente.

Sentaron al hombre en el césped, se vio al médico correr en esa dirección y volver ayudando a transportar al corredor que había perdido el conocimiento.

Un niño, de pantalones cortos sostenidos por un tirador, corrió y le
levantó la cabeza al equino antes que los hombres que lo rodeaban
percibieran su presencia, cuando la soltó mi mente inventó el
sonido de muerte que emitió al golpear en el piso.

El caballo permanecía en el campo de juego muerto, tirado en el área oeste a pocos metros del arco.

En el silencio de la noche se oyó la voz ronca, potente, con tono jocoso, de uno de los que nunca falta:

-Eso fue penal, que se levante que ya lo cobraron.

Al instante en el centro del silencio sepulcral de la gente que comenzaba a abandonar el estadio se oyó una voz fuerte y firme que respondió al chiste de muy mal gusto: -Fueron unos valientes, merecen ambos todo nuestro respeto y admiración ¡Qué oportunidad de callarte la boca te perdiste
idiota!

Luego todo fue silencio.

Desde aquel silencioso y desconsolado grupo de

Espectadores buscando la salida del Estadio miré hacia atrás en busca de algún amigo para compartir el momento, mis ojos y mi mente quedaron atados a la imagen del propietario del caballo con el niño del pantalón corto de su mano.

Aquel paisano grande como un rancho, curtido por las tareas del campo, inclinado en su dolor, cerraba la marcha fúnebre con un llanto inconsolable, como si en el terreno de confrontación hubiera quedado sin vida un hijo. Él había perdido demasiado, una vida siempre es demasiado…

La luna aun camina con nosotros siempre cálida, pura, cercana, imprescindible, hechicera, con su luz plateada nocturna. La noche es irrenunciable y nos
demoramos en buscar nuestras casas.


Sin luz artificial, con solo algunas casitas modestas aisladas y el campo a la vista, con silencio humano, es realmente la noche nuestra, es la noche del pueblo, te dan ganas de quedarte allí la eternidad para homenajear el firmamento y la vida.

-¿Qué te pareció lo del Estadio? - me preguntó Numa con el rostro encendido por la emoción del espectáculo vivido...

12/1/2005 Rudemar A. Blanco Oliva